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dc.contributor.advisorMartín Quintana, Juan Carlos
dc.contributor.advisorRodrigo López, María Josefa 
dc.contributor.authorMulero Henríquez, Itahisa
dc.date.accessioned2021-07-02T12:16:34Z
dc.date.available2021-07-02T12:16:34Z
dc.date.issued2017
dc.identifier.urihttp://riull.ull.es/xmlui/handle/915/24396
dc.description.abstractLa adolescencia es una etapa del ciclo vital que se caracteriza por cambios drásticos y rápidos en la transición entre la infancia y la vida adulta (Ortuño, 2014). Esta etapa se articula en diferentes planos de desarrollo que, al pasar por este tránsito, sufren un proceso de maduración en el plano físico, mental, afectivo, social y de la personalidad (Castillo, 1999). A estos cambios se le suman los problemas que la sociedad actual y, más concretamente, los adolescentes sufren en el siglo XXI, haciendo de ésta una etapa más complicada porque trae consigo nuevos retos (Oliva 2003, 2006). La tarea vital de los padres, las madres u otras figuras parentales, es promover normas y pautas que favorezcan un comportamiento adecuado, así como un ajuste personal, familiar y social, especialmente con los iguales, durante este período. Asimismo, también es clave promover la autonomía del adolescente sin perder un cierto grado de control y seguimiento de sus decisiones (Rodríguez y Rodrigo, 2011). Los adolescentes, a su vez, pueden vivir estos cambios físicos, psicológicos y sociales con cierta dosis de estrés, incrementando sus conductas de riesgo y sus problemas tanto emocionales como de comportamiento (Oliva, Jiménez, Parra y Sánchez-Queija, 2008). Ahora bien, no todos los adolescentes se ven afectados de la misma manera. Las relaciones positivas con los miembros de la familia, la regulación emocional y la adaptabilidad actúan como factores de protección en el ajuste comportamental a estas edades (García, Cerezo, De la Torre, Carpio y Casanova, 2011). Por ello, la familia sigue siendo el contexto educativo más importante en la adolescencia (Oliva, 2003). Dentro del contexto familiar, en esta tesis tendremos en cuenta tres dimensiones importantes: 1) las competencias parentales, que ayudarán a afrontar de modo flexible y adaptativo la tarea vital de ser padres y madres de hijos e hijas adolescentes (Rodrigo, Máiquez, Martín y Byrne, 2008); 2) la comunicación entre sus miembros, que es clave para establecer lazos afectivos y fomentar el sentimiento de pertenencia en el sistema familiar (Musitu, Buelga, Lila y Cava, 2001); y 3) el clima familiar, que ayuda al desempeño de habilidades de negociación y relación positiva con los padres y habilidades sociales con los iguales (Isaza y Henao, 2012). Es imprescindible que exista un ambiente familiar basado en estos tres aspectos para fomentar unas buenas relaciones padres-hijos y un buen desarrollo en estos últimos. Pero cualquiera que sea la organización familiar, la disminución de la autoridad de los padres en la etapa de la adolescencia conlleva un empobrecimiento de dichas relaciones que aumenta la probabilidad de que aparezcan conductas de riesgo en los hijos e hijas. Para evitarlo, los padres utilizan las estrategias de supervisión parental (Kerr y Statin, 2000). Dishion y McMahon (1998) definen la supervisión parental como el conjunto de conductas que comprenden el cuidado de los hijos, el conocimiento certero de su paradero, sus actividades dentro y fuera del hogar y su adecuación. Se refiere a los esfuerzos que realizan los padres para averiguar qué están haciendo sus hijos por medio de la solicitud de información y el control. Sin embargo, la investigación relacionada con estas estrategias de supervisión parental ha sido bastante controvertida. Frente a las concepciones clásicas que se basaban en la diferenciación entre el control conductual y el control psicológico (Barber, 1996), donde el control conductual supone la vigilancia de los padres imponiendo normas y límites y supervisando las conductas de sus hijos adolescentes (Pettit y Laird, 2002) y el control psicológico es intrusivo y manipulador de los pensamientos y sentimientos de los adolescentes (Barber y Harmon, 2002), Stattin y Kerr (2000) llegan a tres conclusiones. La primera de las conclusiones es la necesidad de diferenciar entre el control activo de los padres y el conocimiento real que las figuras parentales tienen sobre el paradero de sus hijos cuando no se encuentran bajo la mirada del adulto. La segunda conclusión supone analizar los distintos procedimientos que siguen los padres para conocer dicho paradero puesto que solo por el control conductual no es suficiente, debiendo haber una voluntariedad de los adolescentes en proporcionarles esta información. La tercera conclusión es que cualquier forma de conocimiento de los padres no predice el bienestar de los adolescentes sino que solamente algunas formas de conocimiento, y no otras, aportan un ajuste psicológico adecuado. A partir de estas tres conclusiones, los autores proponen tres formas de medir las fuentes de conocimiento para enriquecer la conceptualización de la supervisión parental: la primera de ellas es el control explícito a través de normas y límites; la segunda forma es la solicitud de información con preguntas abiertas tanto al propio adolescente como a su entorno; y la tercera forma de incrementar el conocimiento de los padres es a través de la revelación espontánea por parte de los adolescentes. La gran novedad de estas conclusiones es la integración del concepto de revelación entre las estrategias de supervisión parental puesto que dicha revelación no está sujeto al papel directo y activo de los padres sino a la propia gestión del adolescente sobre el conocimiento que éstos facilitan de manera espontánea tanto a la madre como al padre. Estos autores definieron la revelación como el acto espontáneo por el que el adolescente, dentro de una relación de confianza y aceptación, provee información al padre o a la madre sobre sus experiencias (Kerr y Stattin, 2000; Stattin y Kerr, 2000), permitiéndoles así manejar estratégicamente el acceso a su información (Marshall, Tilton-Weaver y Bosdet, 2005). Kerr y Stattin (2000) demostraron que esta revelación tiene una relación positiva con el ajuste comportamental en la adolescencia y se puede considerar como una estrategia sutil de control o supervisión parental que previene algunos comportamientos de riesgo (Crouter, Bumpus, Davis y McHale, 2005). Durante la adolescencia también se producen la adquisición y consolidación de los estilos de vida que se prolongarán hacia la vida adulta. Se entiende como estilo de vida, al conjunto de hábitos de comportamiento habituales que realiza una persona y que son perdurables en el tiempo, bajo unas condiciones más o menos constantes y que pueden constituirse en dimensiones de riesgo o de protección dependiendo de su naturaleza (Rodríguez, 1995; Roth, 1990; Valle, 1996). A esta definición más comportamental se le pueden sumar otros atributos cognitivos como son las creencias, las expectativas, los motivos, los valores y las propias emociones, las cuales se presentan relacionadas con la conducta (Arrivillaga y Salazar, 2005; Arrivillaga, Salazar, y Correa, 2003). Los estilos de vida constituyen uno de los elementos determinantes de la salud, el bienestar y la calidad de vida de la persona (Suls y Rothman, 2004; Valle, 1996). Además, los estilos de vida están bajo el control de las personas y son susceptibles de ser modificados al menos en alguna de sus dimensiones (Valle, 1996; Zapata, 2006). No obstante, la promoción de los estilos de vida saludables constituye una responsabilidad que debe ser compartida por todos los organismos sociales. También es necesario propiciar hábitos y estilos de vida sanos en las personas durante todas las etapas del desarrollo, pero sobre todo debemos hacer mayor hincapié en la población adolescente. El motivo de la relevancia en este período evolutivo yace en que es una etapa decisiva en la adquisición y afianzamiento de dichos estilos, consolidándose algunas conductas obtenidas en la infancia e incorporándose otras nuevas por los entornos de influencia. Por tanto, el papel que desempeña la familia en esta etapa a través de estrategias de supervisión parental es clave. Los malos hábitos de vida pueden conllevar a conductas de riesgo vinculados con la condición y actividad física, la alimentación, la ingesta de alcohol, tabaco y otras drogas, la dedicación y manejo del ocio y del tiempo libre ante las redes sociales, las relaciones sexuales, entre otros (Rodrigo, Máiquez, García, Mendoza, Rubio, Martínez y Martín, 2004). Para ello, primero debemos conocer las principales dimensiones del estilo de vida que se relacionan con la salud de los adolescentes, tales como: el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas, los hábitos alimenticios, las relaciones sexuales, la práctica de actividad física y deportiva y el uso de las tecnologías de la información y la comunicación. La investigación sobre este aspecto se ha centrado en el plano familiar analizando el estilo parental y el ajuste psicológico en la adolescencia. Concretamente, desde el enfoque dimensional se considera la influencia del estilo parental sobre su desarrollo como son el afecto, control y comunicación (Steinberg y Silk, 2002).es_ES
dc.language.isoeses_ES
dc.rightsAttribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 Internacional*
dc.rights.urihttp://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/*
dc.titleCondicionantes familiares de la supervisión parental y su relación con los estilos de vida en la adolescenciaes_ES
dc.typeinfo:eu-repo/semantics/doctoralThesis
dc.rights.accessRightsinfo:eu-repo/semantics/openAccesses_ES
dc.subject.keywordPSICOLOGIAes_ES


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