Escuchar con las manos
Author
Castañeda Acosta, TatianaDate
2016Abstract
‘Empathy’, coined after the Greek term ‘ἐμπαθής’, literally means ‘what the other can feel inside’. It makes reference to our ability to explore the emotions of another person. A distinctive feature that dwells in the house of Thalia (Θάλεια); the theatre. On the stage, since classical Greece, the human being has appreciated the theatrical experience as an opportunity to listen, understand and connect himself/herself to other perspectives and realities.
The catharsis emanated from the dramatic art (community and inclusive leisure, mirror of reality) produces the secretion of dopamine, a neurotransmitter that reacts similarly when the individual develops tasks that the human brain perceives as pleasant activities.
What happens when that comprehension and listening does not occur simultaneously? The result is that the secretion of dopamine diminishes significantly.
In words of the hearing-impaired pedagogue F. Kruse (1992:147):
“ (…)Ich wurde zu einem ewigen Wesen ruhig verurteilt,(…)”
Hearing impairment could be strictly connected, nowadays, to a form of invisibility, a type of social exclusion initiated by the victim itself. Would not it be marvellous to connect the comprehension of the hearing-impaired community and the magic of dramatic art through the careful listening of the hands, of the corporal dialogue and the language of silence? “Empatía” del griego “ἐμπαθής”, significa lo que el otro puede sentir dentro. Hace referencia a la capacidad que tenemos de explorar las emociones de otra persona. Un rasgo característico que habita en la morada de Talía (Θάλεια); el teatro. En el escenario, desde la antigua Grecia los ciudadanos apreciaron la experiencia escénica como la oportunidad de escuchar, comprender y ponerse en el lugar del otro.
La catarsis que emana del arte escénico (ocio comunitario e inclusivo, espejo de la realidad) provoca la secreción de dopamina, un neurotransmisor que reacciona de la misma forma cuando se realizan actividades que el cerebro reconoce como placentera.
Pero, ¿qué ocurre cuando esa comprensión y escucha no van de la mano? La secreción de dopamina disminuye notablemente.
En palabras de F. Kruse, pedagogo hipoacúsico (1992:147):
“(…) Me sentía condenado a un eterno estar callado, (…)”.
La discapacidad auditiva resulta, en nuestros días, una forma de invisibilidad; una suerte de exclusión social que comienza en la misma persona que la sufre. ¿No sería maravilloso unir la comprensión de las personas con discapacidad auditiva y la magia del teatro a través de la escucha de las manos, del diálogo de los cuerpos, del idioma del silencio?