La “cotidianidad”
requiere de una asunción activa del
entorno por parte de los sujetos.
Para convivir con lo hiperestimulante
del mundo contemporáneo, es
necesario lograr una casi involuntaria
sintonía entre el sujeto y la lógica del
mundo. Lo paradójico es que esta
reconciliación casi romántica entre yo
y mundo depende de una simultánea
y contradictoria disociación entre el
yo y lo externo al yo. Nuestra forma
de estar en el mundo parte de una
disociación entre sujeto y objeto que
pone al segundo a disposición del
primero, y que convierte el conjunto de
la naturaleza en un recurso a explotar
insaciablemente. Pero, al deber
cumplir con los requerimientos que
lo ordinario nos exige, esa disociación
debe estar contenida, poco aflorada.